lunes, 28 de octubre de 2013

Yo soy un hombre del campo. Manolo Escobar.

Repaso un viejo escrito sobre mi infancia, a principio de los sesenta en Zamora, en el que recordaba aquellos veranos en el de Cabañales, junto al Duero, en casa de mis abuelos.

Si, de algún modo, (decía), existe para todo el mundo una Arcadia feliz, ésta se correspondería, en mi caso, a los veranos de mi niñez, digamos entre los siete y diez años en la casa de mis abuelos del barrio de Cabañales de Zamora. No había televisión y la vida se hacía en la calle. La bendita calle. Teníamos un punto de referencia y de encuentro magnífico: el Cabildo.


Vista del convento de las Dueñas Dominicas 
del Barrio de Cabañales. Zamora.

El Cabildo estaba a la puerta de la iglesia del convento de las dominicas - Monasterio de Santa María la Real de las Dueñas MM. Dominicas - y era como una especie de patio con una tapia baja de piedra que separaba la entrada de la iglesia de las carreteras de Salamanca y de Pinilla y era el centro geográfico del barrio. De esta forma, (aparte de ser, entre otras cosas, el lugar de encuentro y conversación para las mujeres del barrio a la entrada y salida de la muy matutina misa - la única misa a diario era a las ocho de la mañana- o, a su tiempo, de novenas y rosarios vespertinos), era, sobre todo el centro del barrio para los niños que pasábamos allí horas enteras del verano, jugando u observando el pequeño mundo que se desplegaba a nuestro alrededor.

Seguía, hablando de los diferentes amigos, juegos y paisajes; lamentando que el Cabildo estuviese cerrado en la actualidad y los niños no pudieran, ya, jugar en él. (Digamos, de paso, que a esa iglesia –de la que el buzo fue monaguillo –  es a la que llega el Martes Santo la Virgen, que el Jueves Santo por la mañana, se convierte en la Virgen de la Esperanza que procesiona, camino de Zamora, cruzando el Duero).

No mencionaba en el relato el buzo la música, las canciones que nos acompañaban. En aquella época, la única música que oíamos venía de la radio. Y en esa música de la radio, empezaba - más que a triunfar - a arrollar, Manolo Escobar: Pasodoble te quiero, Ni se compra, Yo soy un hombre del campo, Espigas y amapolas, El porompompero, Madrecita María del Carmen…  Sonaba a todas horas. Pero sobre todo, en las melodías dedicadas de antes del Diario Hablado y después por la tarde, cuando acababan las novelas. Las madres y las abuelas se las sabían todas; de memoria. Y nosotros, los niños, también.


Ahora que ha muerto Manolo Escobar, estamos oyendo los elogios merecidos para el gran cantante, para el poderoso intérprete, para el exitoso actor. Elogios también de algunos medios medios que, en ocasiones y en su tiempo, tanto le escatimaron. No hablaremos del burro muerto y de su cebada. Mejor pensar que nunca es tarde.

Recordamos con Yo soy un hombre del campo, (uno de sus primeros éxitos, interpretado en la película Los Guerrilleros de 1962, y que, además, venía a describir en parte su propia trayectoria vital), que ha muerto Manolo Escobar, bellísima persona y el más grande cantante popular del último tercio del siglo XX en España.
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