martes, 2 de julio de 2013

Nueva cocina

Hace mucho que no tratamos de cocina o de comida en La perplejidad del buzo, y hoy me gustaría reseñar un par de noticias que han surgido en, más o menos, el último mes. La primera es la de las impresoras 3D de comida, cuando a finales de mayo, nos encontrábamos con un llamativo artículo de título suculento: La Nasa quiere imprimir comida.


Impresora 3D de comida
(de futurosposiblesimprevisibles.blogspot.com)

Aunque da para otro artículo completo, es de estudiar lo del formidable marketing del sector informático y electrónico. Llevan las máquinas de prototipado rápido en el mercado más de una década en el campo de la máquina herramienta y la electrónica industrial de toda la vida; y de repente, ¡ale hop!, el genio – y el dinero - del marketing del sector electrónico e informático de consumo,  da en el clavo con el nuevo vocablo y - de paso - concepto: impresora 3D, y ya tenemos un artículo de consumo más, con expectativas de ser utilizadas directamente en fabricación, (¿?), más la publicidad con el descerebrado ese que ha puesto en abierto en internet programas para fabricar (¿?) pistolas, etc.

Vayamos a lo nuestro: impresoras 3D de comida, con el aliciente de que paga la NASA. Pues ya ven en el enlace; de momento, poco más que hacer capitas. Galletitas con dos o tres capas, o sea, como las de Le Petit Ecolier o las de Príncipe Beckelar, pero de una en una y, sin la higiene de la industria agroalimentaria. O pizzillas que vete tú a saber; de quesos no hablan y métele cartuchos: de harina, de sal, de polvo de tomate y etcétera de polvos de otros ingredientes. No digamos ya, si se quisiera reproducir la perfecta comida de astronautas que es el huevo duro, según pontificó el insigne Julio Camba. Ya hay algún cocinero modernete  que está experimentando. De momento, no da para mucho y parece más bien, sacado de Muchachada Nui. Pero vaya Vd. a saber. Veremos.

Por otro lado, vemos cómo en Francia quieren reglamentar el concepto de restaurante, dedicando la apelación "fait maison", al parecer, a aquellos establecimientos que elaboren platos que hayan sido elaborados a partir de productos brutos, ( o no se si la denominación es para los platos), lo que se pretende que sea obligatorio, de manera que los restaurantes deberán precisar en las cartas cuando el plato es realmente casero. En la noticia de EL PAÍS no se alude a los congelados.

En principio, no parece mala idea, pero habrá que ver los límites y el desarrollo de su aplicación. Porque el buzo piensa que lo malo no es que un restaurante utilice productos elaborados o semielaborados, lo malo es que los que utilice sean de pésima calidad. Posiblemente, es preferible comer una buena elaboración en un restaurante a base de un precocinado de Cascajares, por hablar de una marca solvente, a una mala elaboración del mismo producto, partiendo de crudo, en el restaurante. 

Y hablando de Francia, con la magnífica calidad de sus industrias de confit o de foie, ¿le van a negar el "fait maison" a las recetas hechas en los restaurantes con base a esos magníficos productos?; o ¿podrían dárselo a los chiringuitos de comida rápida, más o menos multinacionales, que, al fin y al cabo, pasan por la plancha la cosa que luego se pone entre  panes?

De momento, el buzo se congratula de que el crujiente de morcilla, tapa estrella del Bar Capitol de Zamora, continúe siendo "fait maison" y se se siga haciendo como siempre.


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