domingo, 24 de enero de 2010

EL DÍA QUE MURIÓ CLIFFORD BROWN


Mi padre tuvo que madrugar aquel día para ir deprisa a avisar al médico. Cruzando el puente de Piedra desde Cabañales debió ver como el Duero bajaba turbio y, a final de junio, todavía con mucha agua. La ciudad comenzaba a iluminarse y desde el puente de Piedra se iba componiendo una estampa clásica de paisaje de la ciudad de Zamora, como un cuadro de Pedrero o de Esteban: el puente, el río y sus orillas y a la derecha la balaustrada de la avenida del Mengue, y tras de ella la visión de los barrios bajos de entre los que sobresalen la torre y la chimenea de la Horta. En el centro el farallón con la ciudad antigua: la subida de Santa Lucía y un poco mas arriba la silueta de la Iglesia de San Cipriano y ya hacia la izquierda, primero, escondida, la torre de San Ildefonso y después la muralla, y por encima de ella, majestuosa, la catedral con su torre rectangular y el cimborrio como broche final, iluminados finalmente con la insólita claridad, (que en Zamora es sabido, es un don), de las claras mañanas de los veranos de Zamora.

Esa misma mañana muy lejos de Zamora, en Estados Unidos, camino de Chicago un coche se salió de la carretera y, dando varias vueltas de campana, se despeñó por un terraplén. Murieron los tres ocupantes del vehículo. El pianista Richie Powell, su mujer Nancy y el trompetista Clifford Brown.

Clifford Brown, graduado en Matemáticas, artista revelación en 1955 según la revista Downbeat, el trompeta firme y lírico que había asombrado a los aficionados esa temporada con el cuarteto de Gerry Mulligan, no había cumplido aún los 26 años. Muchos piensan que nadie en jazz volvió a tocar la trompeta como él: ni Miles Davies, ni siquiera Chet Baker. Cuando mi padre regresó con el médico yo ya había nacido. Ocurrió el 26 de junio de 1956. El día que yo nací. El día que murió Clifford Brown.















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